Dormitaba. No había podido dormir por estar pensando en el árbol que mis
vecinos decidieron talar. Mis vecinos son maricas o gay o couple of fucking fagots. I am not
saying that being gay has something to do with the hate to trees, I have
nothing against homosexuality, only with these two. One of them, la dama digamos, nos interceptó
para avisarnos que en un par de días, ese árbol, el árbol que le da sombra a mi
auto en verano, un árbol en perfecta forma y en perfecta salud, un árbol joven
de unos 8 metros de alto, ese árbol, iba a desaparecer el miércoles. Así lo dijo,
that tree is going to dissapear (y al decir esto hizo un gesto con la mano como
batiendo una varita mágica) on Wednesday. No va a desaparecer, lo van a matar, protesté, por un momento pensé en los desaparecidos y en la mafia: "Mike has to dissapear, yes Padrino"; le pregunté la razón y,
tras un breve titubeo, me dijo que porque soltaba basurita y era messy. Al joto
no le parecía suficientemente lindo para seguir existiendo y produciendo el
oxígeno que a los humanos tanto nos gusta consumir, nos gusta tanto que lo
consumimos sin parar durante 70 años.
Como no estuve contento con su respuesta regresé minutos más tarde.
Estas confrontaciones siempre me ponen nervioso así que dude un poco en llamar
a su puerta para tratar de salvar la vida del árbol. Salió de nuevo el joto femenino y tras explicarle que yo estaba ahí para
insistir en que perdonaran al árbol su fealdad, fue a buscar a su compañero que
salió a recibirme con una bata corta oscura y calcetines. Me explicó con
marcados ademanes puñales que todos los dueños, no nosotros que rentamos, así lo habían
votado (tantas cosas malas que suceden después de que un grupo de
idiotas se juntan a votar algo, cuántas atrocidades han seguido a un ejercicio
de democracia), además, explicó, esa especie de red gum es mala para las
alergias y el polvo que suelta puede dañar la pintura de tu auto, dijo. Aquí
tengo que hacer un paréntesis para señalar que mi auto es un compacto japonés
de hace 20 años, es de color verde, y la pintura del techo está carcomida y
quemada por el sol, con grandes porciones de manchas blancuzcas. Le expliqué que eso no
era problema como podía ver. En este punto ya me había dado cuenta de lo inútil
de mi gesto. Me despedí cortésmente lo mejor que pude.
Anoche, después que apagamos la computadora, antes de dormir, mi mujer recordó
la inminente muerte del árbol. Hablamos peste, mierda de nuestros vecinos.
Desde que tomaron su casa, antes vivían fuera de Australia, emprendieron una
cruzada contra los árboles dentro del condominio. Éste se había salvado por una
de los vecinos llamada Faith, una anciana muy dulce que tras enfermar de alguna
afección osea fue convencida por su familia (su familia así lo votó: “la abuela
debe irse a un asilo”) de vender su casa e ir a vivir en una casa de retiro. Faith
se había opuesto rotundamente a que cortaran ese árbol. Después traté de
conciliar el sueño toda la noche. Di vueltas a la almohada 46 veces. Sentía mucha rabia e impotencia, me sentía
miserable, frustrado, decepcionado, me culpaba por no tener una posición
económica que me permitiera ser uno de los dueños y no sólo un inquilino cuya
opinión vale tanto como la vida de un árbol. Me sentí condómino de segunda categoría.
Dormitaba. Me despertó el ruido de la maquinaria. Les tomó menos de
quince minutos tumbar el árbol y reducirlo a astillas con una máquina muele-árboles.
Cuando salí a ver, habían pasado unos minutos, sólo los que me tomó ponerme
unos pantalones y un suéter, el árbol, efectivamente, había desaparecido.
Deseé de todo corazón, el deseo realmente me habitó, que todos los que
habían condenado a ese árbol tuvieran exactamente la misma muerte. Y así lo
anoté en el trocito de árbol que dejaron: “Wish you die in the same way”.