martes, 28 de mayo de 2013

Arbofobia


Dormitaba. No había podido dormir por estar pensando en el árbol que mis vecinos decidieron talar. Mis vecinos son maricas o gay o couple of fucking fagots. I am not saying that being gay has something to do with the hate to trees, I have nothing against homosexuality, only with these two. One of them, la dama digamos, nos interceptó para avisarnos que en un par de días, ese árbol, el árbol que le da sombra a mi auto en verano, un árbol en perfecta forma y en perfecta salud, un árbol joven de unos 8 metros de alto, ese árbol, iba a desaparecer el miércoles. Así lo dijo, that tree is going to dissapear (y al decir esto hizo un gesto con la mano como batiendo una varita mágica) on Wednesday. No va a desaparecer, lo van a matar, protesté, por un momento pensé en los desaparecidos y en la mafia: "Mike has to dissapear, yes Padrino"; le pregunté la razón y, tras un breve titubeo, me dijo que porque soltaba basurita y era messy. Al joto no le parecía suficientemente lindo para seguir existiendo y produciendo el oxígeno que a los humanos tanto nos gusta consumir, nos gusta tanto que lo consumimos sin parar durante 70 años.

Como no estuve contento con su respuesta regresé minutos más tarde. Estas confrontaciones siempre me ponen nervioso así que dude un poco en llamar a su puerta para tratar de salvar la vida del árbol. Salió de nuevo el joto femenino y tras explicarle que yo estaba ahí para insistir en que perdonaran al árbol su fealdad, fue a buscar a su compañero que salió a recibirme con una bata corta oscura y calcetines. Me explicó con marcados ademanes puñales que todos los dueños, no nosotros que rentamos,  así lo habían votado (tantas cosas malas que suceden después de que un grupo de idiotas se juntan a votar algo, cuántas atrocidades han seguido a un ejercicio de democracia), además, explicó, esa especie de red gum es mala para las alergias y el polvo que suelta puede dañar la pintura de tu auto, dijo. Aquí tengo que hacer un paréntesis para señalar que mi auto es un compacto japonés de hace 20 años, es de color verde, y la pintura del techo está carcomida y quemada por el sol, con grandes porciones de manchas blancuzcas. Le expliqué que eso no era problema como podía ver. En este punto ya me había dado cuenta de lo inútil de mi gesto. Me despedí cortésmente lo mejor que pude.

Anoche, después que apagamos la computadora, antes de dormir, mi mujer recordó la inminente muerte del árbol. Hablamos peste, mierda de nuestros vecinos. Desde que tomaron su casa, antes vivían fuera de Australia, emprendieron una cruzada contra los árboles dentro del condominio. Éste se había salvado por una de los vecinos llamada Faith, una anciana muy dulce que tras enfermar de alguna afección osea fue convencida por su familia (su familia así lo votó: “la abuela debe irse a un asilo”) de vender su casa e ir a vivir en una casa de retiro. Faith se había opuesto rotundamente a que cortaran ese árbol. Después traté de conciliar el sueño toda la noche. Di vueltas a la almohada 46 veces. Sentía mucha rabia e impotencia, me sentía miserable, frustrado, decepcionado, me culpaba por no tener una posición económica que me permitiera ser uno de los dueños y no sólo un inquilino cuya opinión vale tanto como la vida de un árbol. Me sentí condómino de segunda categoría. 

Dormitaba. Me despertó el ruido de la maquinaria. Les tomó menos de quince minutos tumbar el árbol y reducirlo a astillas con una máquina muele-árboles. Cuando salí a ver, habían pasado unos minutos, sólo los que me tomó ponerme unos pantalones y un suéter, el árbol, efectivamente, había desaparecido.

Deseé de todo corazón, el deseo realmente me habitó, que todos los que habían condenado a ese árbol tuvieran exactamente la misma muerte. Y así lo anoté en el trocito de árbol que dejaron: “Wish you die in the same way”.

viernes, 17 de mayo de 2013

Los paraísos artificiales (2)


LLegamos muriéndonos de hambre, habíamos salido de casa a las seis de la mañana, tomamos un café con croissants en el aeropuerto, en un café que etiquetaba todo como gourmet. Te has fijado que ahora todo es gourmet, le dije a Amanda. Es sólo para subirle el precio, para que quedes como naco ignorante si no te gusta, pero en especial para ensartarte en el precio, respondió mientras sopeaba su cuerno en té chai. Luego en el avión no nos dieron nada. Tuvimos esa plática que repetimos como un ritual cada vez que volamos. ¿Recuerdas cuando volar tenía cierto prestigio? Se podía fumar, podías ponerte medio pedo, comías regularmente bien. Recordé un vuelo que tomé para ir a Europa escapando de los fantasmas y del dolor que me acechaba en cada esquina del DF. Recordé que había pedido un poco de vino y la azafata, una morena espectacular, me trajo una botellita de tinto y una copa de plástico transparente. Recuerdo que inmediatamente después que recogió la botella vacía me ofreció otra. Me hacía muy feliz la idea de la comida completa en una charola de treinta por dieciocho centímetros, un poco como debía de ser la comida de los astronautas: una proteína caliente, con su salsa, una guarnición de verduras, tal vez un puré de papa, un bollito con mantequilla, un pastelillo y un chocolatito mentolado envuelto en papel de aluminio color esmeralda… Qué tiempos aquellos. Nada que ver con los vasitos de cartón con que en esta ocasión nos servían café o té de cortesía. Y ya, eso y agua en vasos de plástico que ocasionalmente pasaban a rellenar era toda la cortesía que nuestro boleto había alcanzado a cubrir. Quisimos comprar unas galletas con queso (seis galletas Ritz con seis rebanadas de queso del tamaño de las galletas) pero ya no había. Como era lo más barato (7 dólares australianos) del menú varios pasajeros habían decidido engañar la tripa con eso.

Le conté a Amanda de Ramón, el amigo de mi padre que era piloto y que se quejaba continuamente de lo deteriorada que estaba su profesión. Antes, decía, estábamos más cerca de los astronautas, nos quedaba bien el nombre de capitán, ahora todo ha cambiado, estamos más cerca de los choferes de ADO. Muchas de las prestaciones se habían esfumado con la destrucción del sindicato y Ramón tenía que cubrir horarios espeluznantes para seguir con el tren de vida que le gustaba. De capitán, a piloto, a aerochofer. Antes volar tenía un poco de placer burgués que ayudaba a contrarrestar las incomodidades propias de cualquier viaje, aminoraba el miedo de caer en medio del océano y compensaba medianamente los precios de los boletos. Todo ha cambiado ahora y hay algo doblemente trágico en la idea de 180 personas muertas en un accidente aéreo. Esos miserables que murieron hambrientos, incómodos y aburridos porque ahora hasta para ver la televisión tienes que rentar una pequeña pantalla a un precio absurdo.

Nosotros íbamos en plan austero y evitábamos los extras a toda costa.
Tras cinco horas de vuelo aterrizamos sin contratiempos. El aeropuerto era modesto y tropical como era de esperarse, adjetivos estúpidos, Amanda dijo que por un momento le pareció estar en Champotón. Sus dos adjetivos fueron precario y primitivo. No había nada que comer a la vista y lo único que queríamos era llegar al hotel, quitarnos la ropa de invierno y tener una insípida e inocua cena de hotel. Pero el hotel estaba a dos horas de camino, la carretera daba la vuelta a la isla, era prácticamente la única calle. Me sorprendió por momentos que aquellos isleños hubieran hecho de aquel puñado de mojones de roca volcánica una nación. Llegamos de noche, muriéndonos de hambre. La cabeza me pulsaba. Y los tres restaurantes del hotel estaban llenos.


Our intellect has created a new world that dominates nature, and has populated it with monstrous machines. The latter so indubitably useful that we cannot see a possibility of getting rid of them or our subservience to them. Man is bound to follow the adventurous promptings of his scientific and inventive mind and to admire himself for his splendid achievements. At the same time, his genius shows the uncanny tendency to invent things that become more and more dangerous, because they represent better and better means for wholesale suicide.

In view of the rapidly increasing avalanche of world population, man has already begun to seek ways and means of keeping the rising flood at bay. But nature may anticipate all our attempts by turning against man his own creative mind. The H-Bomb, for instance, would put an effective stop to overpopulation. In spite of our proud domination of nature, we are still her victims, for we have not learned to control our own nature. Slowly but, it appears, inevitably, we are courting disaster.

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Carl G. Jung. Man and His Symbols.