jueves, 7 de abril de 2011

Hay golpes en la vida tan fuertes… yo no sé. 

Ella, la innombrable, fue uno de esos. Olvidarla me llevó los mejores años de la mejor época de mi juventud y en el proceso de olvidarla tuve que olvidar un buen tramo de mi vida: olvidé la mayoría de mis días en la Facultad de Filosofía y Letras, olvidé todas las tardes lluviosas pasadas en el aula, muchas de esas cátedras fueron maravillosas, lo sé, o ya lo intuyo, pero no puedo ya recordarlo con nitidez; olvidé buenos amigos, lugares, gente, eventos como conciertos, cenas de gala, premieres de cine, sueños, proyectos de vida, alegrías, olvidé tanto pero al final no olvidé lo que quería olvidar y quedó ella, plantada en un gran vacío como el faro que resiste la tormenta, como ese pelo que misteriosamente la máquina no pudo rasurar y te crece en el centro de la calvicie. 

A la Patria

No hay teléfono al que puedas llamarme, mi casa no aparece en los directorios, no aparece en los mapas satelitales, mi nombre no sale en google, mi identificación ha caducado, no tengo visa, no tengo pasaporte, no tengo profesión y lo que soy cabe en una bolsa o en una lata de café, mi familia me ha olvidado, mi mujer vive con un extraño en un mundo aparte, no puedes llamarme, no, no es que no quieras llamarme, es que simplemente no puedes. No hallarás archivo alguno con mi número de cédula profesional, no tengo título ni licencia ni nada que quepa en un folder, no entro en las calculadoras, no pago mis impuestos, no estoy para ti puta sucia, sucia puta devoradora de estrellas como chocolates, aunque no quieras tú saber de mí yo no quise saber de ti primero, no estoy en tu nómina de desengaños, no en tu lista de regalos. No lo intentes, desde que te fuiste simplemente no estoy.